Hay terremotos que se sienten en cuerpo y alma, son ondas sismicas que se huelen en el aire y que pueden quebrantar tus huesos a veces sin tocarlos, aplastar tu mente y desmoronar tu espiritu simplemente con su frecuencia.
A veces mudos, estos sismos exponen sin embargo las grietas y fracturas que suyacen en el fondo de toda existencia, desde allí vienen lo que después serán gritos, desesperación y la insertidumbre de confontarse con lo misterioso, perder nuestras certezas y nuestros sitios habituales, es decir, nuestra estructura raíz y fundamento.
Entonces cuando nuestros fragmentos aún continúan agónicos, vibrando, cantando, llorando o como quieras llamarle a cuando comienzan a reagruparse las moléculas, se organizan y se consolidan así en algo nuevo, débil en su apariencia pero fuerte en su potencia, cuyo propósito final es un misterio, así como su principio.
D. E. B.
miércoles, 4 de octubre de 2017
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